El begijnhof es, para nosotros, uno de los lugares imprescindibles de Brujas. Se encuentra a pocos metros caminando desde el Minnewater, y lo reconoceréis enseguida por sus fachadas encaladas dispuestas alrededor de un pequeño bosque de álamos y una pradera de narcisos que alcanza su máximo esplendor en primavera.

Begijnhof de Brujas.
Un antiguo beaterío
Se trata de un beaterío que data nada menos que del siglo XIII, cuando la condesa de Flandes ordenó la construcción de las casas para albergar a las beguinas, como se denominaba a las viudas y huérfanas de los cruzados, que se concentraban en estas comunidades o beguinajes dedicadas a cuidar de los desamparados, al bordado de encajes -tan típico de los Países Bajos- y a la oración, pero sin pertenecer a ninguna orden religiosa y sin ningún tipo de custodia masculina (lo que daría lugar a sucesivos conflictos con la Iglesia en los siglos siguientes).
El Museo-Casa de beguina
En el propio recinto podemos visitar la Iglesia de Wijngaard, reconstruida en el XVIII, y un pequeño museo en una de las casas, la Begijnhuisje, donde se explican la historia y tradiciones de las beguinas, acercándonos a su modo de vida.

El Museo-Casa de beguina en Brujas.
Parece que no ha pasado el tiempo por este lugar que ha hecho del silencio su emblema (como nos recuerdan los carteles), y donde se respira una extraña quietud. Los beguinajes de Bélgica, entre ellos este, están declarados Patrimonio de la Humanidad y aunque la última beguina falleció en 2013, el begijnhof está habitado desde hace décadas por las monjas benedictinas procedentes del convento de Wijngaard (nosotros nos cruzamos con una benedictina que estaba aparcando su coche en la puerta de una de las casas… ¡los tiempos cambian!).